No tenía suspensiones Fox. Tampoco eran Rock Sox. Ni
X-Fusion. De hecho no tenía suspensión trasera ni delantera. Aunque yo, ignorante de mí, creía que sí tenía
suspensión delantera. Con el tiempo me dí cuenta que no era así, los muelles delanteros
eran mero adorno. Pero aun así, subía bordillos, bajaba bordillos y hacía mis
pinitos en al campo de moto-cross de mi pueblo.
El cambio no era XT. Tampoco un SLX. Ni siquiera era
Shimano. Es más, no tenía cambio. En cualquier caso, podía con todas las
cuestas – sobretodo si eran hacia abajo. Cuando no podías más, te bajabas y
chim-pun.
El cuadro no era de fibra de carbono. De aleación de alumnio,
tampoco. Era de hierro, de hierro del bueno, del que pesaba. La bici que más
pesaba era más dura y aguantaba mejor la mala vida, y en consecuencia era mejor.
Para lo pequeña que era, pesaba un quintal.